La cistitis intersticial es un complejo síndrome crónico inflamatorio vesical, más común de lo que podría imaginarse, en cuya patogenia subyace una alteración de la permeabilidad del urotelio como fracaso de su función protectora de barrera. Sus síntomas más comunes son: frecuencia (incremento del número de micciones), urgencia miccional, dolor abdominal, uretral o genital, dispareunia y otros síntomas variados. Su diagnóstico es generalmente difícil de realizar; en muchas ocasiones se plantea por exclusión y, otras veces, con la mejoría clínica que suponen ciertas maniobras terapéuticas, como la sobredistensión. La cistoscopia desempeña un importante papel diagnóstico, que permite detectar la clásica úlcera de Hunner; también contribuyen a establecer el diagnóstico, entre otras pruebas, la biopsia vesical y el test de sensibilidad al potasio. Su tratamiento es empírico y sintomático, e incluye tratamientos físicos (distensión vesical, estimulación eléctrica), fármacos de uso intravesical (principalmente, el dimetilsulfóxido), diversos fármacos de uso sistémico (antidepresivos tricíclicos, antihistamínicos, pentosanpolisulfato, analgésicos, corticoides, etc.) y, en algunos casos, técnicas quirúrgicas.
El ginecólogo siempre debe tener presente la cistitis intersticial como una de las posibles causas de dolor pélvico crónico en la mujer.